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Fotos: El lado cruel de la humanidad

  • culturaacolor
  • 9 dic 2016
  • 2 Min. de lectura

El fotógrafo Daniel Berehulak del New York Times viajó a Filipinas durante 35 días, donde fue testigo de la puesta en marcha de la política de tolerancia cero contra las drogas del presidente Rodrigo Duterte. El candidato del Partido Demokratiko Pilipino-Lakas ng Bayan consiguió la mayoría en los comicios de mayo en el presente año, gracias a la popularidad que trajo consigo su mano férrea en la provincia de Dávao en materia de narcóticos y estupefacientes.

Duterte inició funciones al frente del ejecutivo en junio y desde entonces, las Filipinas se transformaron en un campo de batalla donde la muerte, el dolor y la sangre son parte del día a día. Las calles de Manila muestran una actividad menor a la usual por las noches. Especialmente los barrios rojos, conocidos por ser punto de encuentro de prostitución, tráfico de drogas y trata de personas. No obstante, esta disminución corresponde a un patrón de brutalidad, violación sistemática de derechos humanos y terror que corre a cargo del nuevo presidente de las islas.

Durante su estancia, Berehulak fue testigo de 57 homicidios, todos presumiblemente extrajudiciales. El fotógrafo, con experiencia en coberturas bélicas en Irak, Afganistán y otras zonas en conflicto permanente, asegura que lo vivido en el país asiático es un “nuevo nivel de crueldad”. Cada día son abatidas cientos de personas sin mayor razón que la de ser presuntos culpables de algún ilícito relacionado con el tráfico de estupefacientes.

La mayoría de políticas antidrogas en el mundo están formuladas para combatir la producción y distribución de estas sustancias, mientras la parte del consumo se concibe como un problema atendido por los sectores de salud y educación. Sin embargo, la estrategia de Duterte no se limita a la ofensiva contra los traficantes, también ataca especialmente a la parte más débil de la cadena de consumo del narcotráfico: el usuario que es alcanzado por la realidad y paga por la venta de drogas para el uso personal.

Las versiones oficiales aseguran que cada disparo se realiza en defensa propia, con el objetivo de repeler un ataque criminal, pero la realidad que se cuenta a pie de calle asegura que se trata de un procedimiento distinto. Más de tres millones de hogares han sido allanados por la policía, que abre fuego ante cualquier movimiento, sin reparar de quién se trate. Las escenas del crimen son salas, sillones y camas de personas cualquiera, que fueron asesinadas sin un solo resquicio de humanidad. Ni hablar de una orden judicial o el cumplimiento del debido proceso para ingresar a una propiedad privada.

El presidente acepta implícitamente su papen en el caudal de sangre que corre por las calles de Manila. Sus discursos se expresan en términos de venganza, castigo y muerte. Por más grotesco que parezca para la consciencia latinoamericana, el filipino es un escenario conocido y recrudecido en nuestra sociedad.

La escalada de violencia en Filipinas hoy es noticia en los principales diarios del país. La sociedad demuestra su hartazgo y una cobertura mediática envuelve cada muerte. El gobierno está en la mira de organizaciones sociales que luchan por los derechos humanos y cualquier paso en falso puede abrir un espacio para la irrupción de un nuevo orden.

Por Alejandro López

Referencia: The New York Times


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